Hola, soy Noelia, y quiero compartir con todos vosotros mi experiencia vivida este verano como voluntaria en el campo de misión de Otuzco (Perú). Otuzco es la capital de la provincia del mismo nombre, una de las 12 provincias del departamento de La Libertad. Está ubicada en la zona interandina, rodeada de cerros, a 2620 metros de altura y a 75 Kms de la ciudad de Trujillo.
Llegamos a primeros de agosto, allí encontré y seguiré encontrando a una Comunidad de Misioneros Redentoristas que, aunque estemos físicamente tan lejos, seguiremos unidos por un cariño especial. Una comunidad comprometida con su trabajo y que realiza una labor excepcional en Otuzco y sus caseríos, tanto evangelizando como ayudando en todo lo que pueden a la gente de allí, en sus necesidades afectivas, físicas y sociales.
Entre las actividades que allí hemos podido realizar, nos dedicamos a visitar los caseríos, que son pequeñas aldeas en el campo, formadas aproximadamente por 50-100 familias que viven relativamente cerca entre ellos. Allí convivíamos, compartíamos y conversábamos con grupos de personas que, pese a las dificultades, mantienen una enorme ilusión por seguir hacia delante, por crecer, aprender y desarrollarse: En Caniac, por ejemplo, están sembrando eucaliptos para poder tener dentro de unos años madera y comercializarla, en Pango un grupo de mujeres tienen un gran talento para tejer y solicitan formación para organizarse y seguirmejorando en sus producciones. En muchas ocasiones nos han dado una lección de cómo continuar a pesar de las dificultades y de la falta de recursos ¡¡algunas personas iban a Otuzco andando durante 3 horas para conseguir las cosas necesarias para vivir!! (en los caseríos suelen disponer de una tienda pequeña).
A mediados de agosto nos fuimos una semana junto con el Padre Chicho y el Diácono Eber a vivir otra de nuestras aventuras. Visitamos los caseríos de Llaugueda, Surupampa, La libertad, La Blanca, Pango, Mariscal Castilla, San Juan de Llugón, La Hondura, Huangamarca y Bellavista… Los nombro todos ya que en cada uno hemos podido compartir tantas experiencias…
Por las mañanas visitábamos los colegios y jugábamos, cantábamos y bailábamos con los pequeños en el patio. No os imagináis la suerte que tienen nuestros niños y niñas de aquí con todos los recursos escolares que tienen, allí se necesita tanto… En todas partes hemos encontrado gente acogedora, todas las familias siempre estaban dispuestas a compartir con nosotros lo mejor que tenían y sobre todo acogernos por la noche en su hogar como a uno más de la familia. Tanto los niños como sus familias nos agradecían constantemente nuestra visita, nos contaban sus preocupaciones, sus alegrías… compartíamos con ellos incluso alguno de sus trabajos, por ejemplo, “pelar la papa seca”. Durante horas estas familias pelan papa hervida, luego las secan y las venden para hacer una comida llamada «carapulcra». En estas visitas les invitábamos a compartir por la noche la celebración de la Palabra o la Eucaristía, según el caso.
En definitiva, y seguramente dejando atrás mil cosas por contar, os puedo decir que ha sido un proceso de aprendizaje, evolución y crecimiento personal muy importante, una experiencia que no se puede olvidar. Es increíble como personas que materialmente tienen tan poco, nos puedan enseñar una forma tan auténtica de entender la vida y de ilusionarse a cada momento.