Bryan Arriola, Madrid
Desde hace varias semanas veo a mucha gente trabajando. Algunos cantan, otros hacen material para decoración escenográfica. Unos tocan instrumentos, otros comparten en redes sociales el evento. He visto organizadores y promotores. Todos ponen su talento al servicio de una misión: compartir.
Me refiero a los inquietos voluntarios de las parroquias redentoristas en España. Con la bandera de la Asociación para la Solidaridad (la ONG de la Congregación del Santísimo Redentor), comparten sus dones para recaudar fondos y apoyar la misión de otros misioneros en distintas partes del mundo. Hay mujeres y hombres, jóvenes, adultos, matrimonios, niños y personas mayores.
Además del talento, comparten creatividad, alegría, buena vibra y sobre todo dos cosas que no se regalan fácilmente: trabajo y tiempo. Horas de ensayos, desvelos, cancelación de compromisos personales, etc. Las horas previas a los eventos son frenéticas, pero los resultados son combustible para proyectos de desarrollo social. Los conciertos, rastrillos, torneos deportivos, cenas, verbenas y demás actividades que realizan llevan un elemento común: la solidaridad.
En tiempos de globalización, ellos dan lo que tienen para que otros en otra parte del mundo cuenten con algo que no poseen todavía. En medio de sus estudios, trabajos y actividades personales, sacan un tiempo para servir. El Papa Francisco nos habla de globalizar la caridad y ellos lo están haciendo. Pocos, muy pocos, llegarán a conocer de primera mano la obra que realiza la Asociación para la Solidaridad en los distintos sitios. Sin embargo, la labor de hormiga es esperanza para muchas personas.
Pienso en el niño que va a la escuela nueva en Trojes, Honduras; en la niña que recibe alimentos en Lima, Perú; en la mujer que aprende a hornear pan en Ciudad Juárez, México; en los ancianos que tienen un lugar de atención en Guatemala; en los estudiantes que tienen una biblioteca en Costa de Marfil. Y la lista sigue. Por ellos, gracias.
Gracias por el esfuerzo, el cariño, el tiempo, las jornadas intensas y los líos armados. Gracias por soñar juntos y no quedarse con los brazos cruzados. Gracias porque ponen en obras lo que muchos compartimos desde la predicación. Gracias por ser redentoristas y porque permiten que con su testimonio la fe se vuelva bendición para muchos. Gracias porque siguen siendo instrumento de Dios para dar vida en abundancia. Gracias porque sensibilizan a otros, para que contribuyan desde su realidad. Tengan por seguro que estos esfuerzos no quedarán sin dar fruto.