Ahora sí, última vez que escribo desde mi El Salvador querido.
Creo que si me siento un poquito peruana, hondureña, salvadoreña…va a ser verdad esto de lo de la aldea global… ¿Sería posible? En todos sitios donde vamos somos acogidas como una familia, no puedo estar mas feliz de esta experiencia misionera y de este recorrido por las diferentes realidades de esta América Central.
En estos días no hemos parado, ya os conté lo del Jardín de la Esperanza, nos hemos reunido con ellas un par de veces, ayer hicimos un taller de dinámicas (cuando un cristiano baila, todo el mundo en esta fiesta, terremoto aunque aquí con tantos que hay no se si les hizo gracia, que sí), ya os podéis imaginar nos lo pasamos bomba y le hemos dejado un montón de material para que vayan trabajando con esos niños que os conté el otro día. Aquí existen varios proyectos preciosos, por la mañana hay un grupo de unas cinco familias que le dan el desayuno de lunes a sábado a 36 indigentes ancianitos, aquí ancianitos son a partir de los 60 años, que es la esperanza media de vida, según nos cuentan. Son gente que no tiene a nadie y a los que la situación tan inestable del país a lo largo de los últimos años les ha llevado a esa situación. Sigo aplaudiendo y sintiéndome feliz al encontrarme a grupos de personas que siguen desde sus realidades complicadas comprometiéndose con las personas desfavorecidas, gente que antes de ir a trabajar, sirven y optan por ayudar decididamente al débil. El martes estuvimos con ellos, con pastoral social y con jardín de la esperanza presentando a la Asociación y dando un curso de formulación de proyectos, estaban encantados. Ellos repiten una y otra vez que están agradecidos de que alguien les apoye y comparta, y quedaron muy contentos con la jornada de trabajo. Y debe ser que están encantado porque nos han aplaudido varias veces… ¿Cómo agradecerles tanto cariño?
Hoy hemos visitado uno de los sectores, por primera vez junto al padre Mario y Noé (laico redentorista); caminábamos por dos callejuelas, pequeñas, con casas enanas y unas situaciones, pues ya os imaginaréis -bueno, no creo-. Recalamos en casa de Hortensia, señora de 70 años en silla de ruedas, le dio un derrame hace 6 años y su hijo «desapareció», esto es común en el Salvador, no aparece el cuerpo pero todo el mundo entiende que fue asesinado -por lo visto es algo que pasa-. La señora nos lo cuenta con lagrimas en los ojos, y lo mismo en 20 minutos que estuvimos allí no nos pudo agradecer más nuestra presencia. «Que Dios nos bendiga, que suerte» Nos hacemos una foto con ella y le digo: «Que Dios la bendiga a usted» y se pone a llorar de la emoción, qué mal rato. Esta señora vive de la ayuda también de la parroquia (qué gran labor hacen los redentoristas acá) y de una feligresa que todos los días la levanta y la acuesta, y allí estaba todo feliz, diciendo que en misa el domingo le dijeron que había unas voluntarias y que se había pasado la semana queriéndonos ver…. Una se queda sin palabras.
«Y digo todo feliz, pues aquí me levantan a las 6, me paso el día sentada y sobre las 20:00 me acuestan, pero fijense que con lo mayor que soy y la suerte de vivir tanto. Todos los días le doy gracias a Dios por la vida», nos cuenta.
Y bueno, poco mas que contar, los días son intensos, las experiencias de amor increíbles, el compartir esperanzas me anima y la situación del Salvador muy, muy triste. Un país pobre, donde la violencia es palpable en cada esquina ¡Pero con gente luchadora! Y ahora, bueno, mañana, camino de Managua, hoy nos queda visitar un sector, una reunión con comunidades y la despedida con los padres. Y yo sigo genial, mira que pensaba que yo ya «conocía situaciones injustas» y cuanta gente «santa» hay por estas tierras.
Bea Castro