Beatriz Pagán del Burgo, Cercedilla (Madrid)
2 de junio de 2017. Risas, nervios, emoción… Sabemos que nos esperan dos días intensos y que algunas de esas caras desconocidas pasarán a formar parte de una etapa importante en nuestras vidas. Somos trece jóvenes que nos reunimos en Cercedilla para compartir UN SUEÑO, un sueño común que habla de entrega, de generosidad, de compromiso y que a la vez nos apasiona y nos llena de alegría y entusiasmo. El sueño de ser voluntarios, de formar parte de algo que sabemos MÁS GRANDE que nosotros mismos, porque nos sentimos llamados por Dios a ser sus pequeñas manos en este pequeño mundo.
Podríamos recordar miles de anécdotas y momentos vividos a lo largo de este fin de semana, como por ejemplo la preciosa oración que preparó Justi para el sábado por la mañana, con antifaz y plastilina incluidos; o las dinámicas siempre sorprendentes de Antonio para romper el hielo o para conocernos mejor o para aprender sobre lo que significa ser voluntario; o la creatividad de los equipos de trabajo en sus dibujos y explicaciones; o los juegos de presentación que preparó Lora y con los que tanto nos reímos; y cómo no, las eternas sobremesas después de la comida y la cena; y las excelentes comidas que con tanto cariño nos han preparado…
Sin embargo, yo me quedaría con tres momentos que para mí fueron esenciales y especialmente importantes. El primero fue el día que compartimos la realidad de los campos de misión: Valencia, Calcuta, Trojes, Santa Anita, Albania… Puedo decir que, como los dos de Emaús, cuanto más compartíamos más ardía mi corazón por ir y creo que no me equivoco si digo que el corazón de todos. En el grupo de Calcuta no podíamos dejar de hablar, preguntar y compartir y creo que una parte de nosotros ya se sentía allí.
El segundo momento maravilloso y único fue la Eucaristía celebrada en el jardín, con absoluta sencillez y humildad. Y además, con el regalo de celebrar Pentecostés. Fue un momento precioso y muy significativo, tanto por el sentido de comunidad como por lo que significa la fuerza del Espíritu Santo para la misión.
Y por último, me quedo con todos esos momentos espontáneos e improvisados que han ido surgiendo a lo largo del fin de semana y que me han permitido conocer un poco mejor a cada uno y llevarme lo mejor de todos.
Finalmente, no puedo dejar de dar las gracias a AS por este fantástico fin de semana que nos ha regalado y por darnos la oportunidad de vivir la experiencia del voluntariado en estos campos de misión. ¡MUCHÍSIMAS GRACIAS!
Me gustaría acabar con una frase que compartió Paloma durante la Eucaristía y que yo también sentí cuando regresaba a mi casa, y es que “el mundo es un poquito mejor por los voluntarios que conocí aquí”. Gracias.
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