Damián María Montes, de 24 años, es un misionero redentorista que está pasando un año en Calcuta (India). Calcuta es una ciudad superpoblada con más de 13 millones de habitantes que pasa de la majestuosidad del frío mármol que reviste el ‘Victoria Memorial’ hasta el desamparo de los ‘slams’, barrios marginales donde viven los más desfavorecidos en condiciones infrahumanas.
Conocida por sus grandes contrastes económicos y sociales, la capital de Bengala Occidental ha experimentado un fuerte empuje económico propiciado por diversos factores, como la mayor presencia en la ciudad de firmas comerciales o la construcción de grandes edificios de oficinas.
No obstante, no se ha podido evitar un crecimiento desigual, por lo que se pueden diferenciar distintas zonas, como la colonial, que alberga los palacios de la época colonial inglesa; la zona media y baja, que concentra grandes edificios de oficinas y pisos pequeños donde habitan varias familias; y los slams, el lugar donde el joven granadino presta su ayuda.
A su llegada el 29 de septiembre, el misionero redentorista tuvo que enfrentarse con «una realidad atronadora: era una ciudad olvidada por todos». El orden de la zona colonial, que incluso sería sorprendente para un occidental, contrasta con la miseria de los slams. Situados a orillas del Hoogly, un afluente del río Ganges, recogen a una población que a duras penas sobrevive, a «niños que te abren las manos en busca de comida y no de dinero».
Una situación, a veces, incomprensible, ya que precisamente «la pobreza es el mayor motivo de entrada de divisas del extranjero, el Estado lo sabe y, aun así, la riqueza que se genera va a parar a unos pocos”. Por ello es necesario el esfuerzo de las congregaciones y de las ONGs, aunque resultan claramente insuficientes.
Aunque pueda parecer una paradoja, Calcuta es conocida como ‘la ciudad de la alegría’, título con el que el escritor Dominique Lapierre la coronó al transcurrir su historia al pie de un slam. Por sus calles, ruidosas y con un tráfico denso sin ningún tipo de normas de circulación, deambulan coches y hombres y mujeres semidesnudos que «conviven con ratas, cuervos y todo tipo de animales muertos sobre las aceras», afirma Damián. Es difícil comprender que en esas mismas calles duerman y monten sus mercados aquellos que allí viven, sin ningún tipo de higiene y en «la más absoluta miseria».
Durante todo un año, Montes ofrecerá su ayuda junto a las Misioneras de la Caridad en distintos centros. Las misioneras recorren las calles en busca de los más desfavorecidos, revisando los slams y los vagones de tren para poder encontrar de lo malo, lo peor, «es como coger una manzana podrida, tirar lo bueno y comerse lo putrefacto».
De momento, ha conocido dos centros de ayuda a personas que viven en la pobreza más absoluta, aunque admite que «cada día es una oportunidad preciosa para llenarse de la alegría de este pueblo». En definitiva, un lugar que encierra a personas con muchos motivos para quejarse y que no lo hacen, personas a las que, asegura, muchos occidentales quisieran parecerse, y que una y otra vez le muestran el camino y le convencen de que «la pobreza en este mundo tiene una solución que se funda en querer más para los otros y menos para mí».
La Congregación del Santísimo Redentor fue fundada por San Alfonso en 1732 como “instrumento para anunciar la ‘Buena Noticia’, en especial, entre los más pobres”. Mediante el uso de un lenguaje cercano y sencillo celebran la eucaristía en sus parroquias y, además, se dedican a sus misiones. Actualmente, casi 6.000 misioneros redentoristas están presentes en 76 naciones del mundo, en especial, en países del sur, donde la situación de pobreza está más acentuada.
La Comunidad Redentorista está muy comprometida con la ayuda a los necesitados, por lo que presta su servicio a favor del desarrollo de otros pueblos y culturas a través de los proyectos de la ONGd Asociación para la Solidaridad y del Voluntariado Redentorista.